![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMX-p5WK7uSmlqeUwPLsen5FmSHnjsk7Ov8HC39qqhKyiIC3UbOz1v7onm2dF62RfS4KibZWZXqSh6rzcj0TDYblvZrs-GfFWKa5fdt-xf2l08gV_6fF9vkX5krIyj8AXBVFRVjClgkjU/s1600/mandi.jpg)
En México abundan los mandilones y los hay de todos tipos. Casi todos, en el fondo, asumen su mandilonería con más gusto que resignación.
La reverencia por la figura femenina es, después de todo, parte de la mexicanidad. Sin embargo, ser mandilón cuando se es Juan Mengano es una cosa; serlo cuando se llevan las riendas de un país es otra completamente. A nadie le importa si a Mengano le imponen la agenda familiar o si, para tomar cualquier decisión, le pregunta antes a la señora. La debilidad del mandilón común y corriente es, por momentos, entrañable.
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Fox, eterno nostálgico del calor materno, no sólo aceptaba ese trato en público; lo presumía. El resultado predecible fue la difusión de una imagen de debilidad casi absoluta que, a final de cuentas, dio al traste con cualquier atisbo de agenda política productiva en México.
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